"Música de mierda" Carl Wilson
Tarareamos canciones que decimos detestar. Solo nos emocionamos cantando cuando nadie nos ve. Lloramos con baladas de las que nos hemos burlado antes. Mentimos sobre lo que nos gusta para que nos acepten. Y decimos que los demás tienen muy mal gusto. Considerado uno de los mejores ensayos estéticos sobre el gusto musical de la década, Música de mierda investiga el mal gusto y la sensiblería musical a partir de una contradicción: ¿por qué la persona que más discos vende es de la que más gente se ríe? Carl Wilson quiso hacer una investigación sobre el éxito de Céline Dion pero se descubrió escribiendo un ensayo maravilloso sobre el amor (a la música), el esnobismo como coraza y la capacidad de emoción en tiempos de cinismo. Nick Hornby: "Un ensayo profundo, provocador, que te obliga a preguntarte quién diablos eres realmente."
Fragmentos de "Música de mierda"
"...Cinco años antes, la reseña de Simon Firth de Let's Talk About Love se refirió al abismo entre Céline y su compañera de dueto Barbra Streisand, a la que acusó de «arrogancia intelectual». En cambio Céline, a pesar de su «destacable habilidad a la hora de atraer la atención hacia el peso emocional de una simple nota», adolecía de una «absoluta falta de personalidad». Firth concluía: «Barbra Streisand encontró nuevas formas de vender canciones clásicas, convirtiéndolas en algo individual y obstinado, mientras que a Céline Dion le dan canciones escritas para venderla a ella. [...] El resultado es una música extrañamente pasiva: allí donde Streisand se impone sobre la canción, Dion deja que la canción modele su identidad». He intentado imaginar por qué alguna gente, incluida la propia Céline, consideran que eso es bueno. Por qué, como un jugador adicto a perder, Céline está tan misteriosamente ansiosa por diluirse en su propia música, derrochando de forma exagerada hasta que lo único que quedan son efectos especiales: todo lo que es sólido se desvanece en sensiblería. «Mi trabajo», dijo Céline en una ocasión, «es entrar en la vida de la gente a través de mi música. ¿Crees que quiero molestarlos mientras cocinan? ¿Que quiero molestarlos mientras hacen el amor? Quiero ser parte de ello. No quiero interrumpirlos. Y, desde luego, lo que no quería era presionarme a mí misma: que si soy tal, que si soy cual, que si sirvo para esto pero no para aquello; que si escucha tal cosa, que si cree en tal otra... Yo solo hago mi trabajo, canto mis canciones, y si tú quieres escuchar tal canción y no tal otra, eso no tiene nada que ver conmigo». El género principal de Céline, la power ballad, fue la invención del rock de grandes estadios de los setenta que más hizo por recuperar el impulso sensiblero después de que este tuviera que pasar los años sesenta lejos de las avenidas más transitadas del pop...."
"...Contrariamente a las ideas equivocadas de los urbanitas outsiders, desafinar o tocar mal ha sido desde siempre un tema tabú en la música country. (Tal como cantaba John Sebastian, «Nashville cats get work before they're two». Todos los herederos de Bob Dylan, que minimizan la musicalidad convencional para destilar lo que Roland Barthes denominó «el grano de la voz», otro orden de significado y materialidad, desdeñan explícitamente las medidas estándar de aquello que el mundo del entretenimiento valora y las ambiciones que estas representan. Céline rinde tributo a esas aspiraciones con cada nota. A fin de cuentas, la palabra virtuosismo deriva de virtud. En el modelo clásico el virtuosismo se da casi por descontado, en «virtud» de una educación y una formación determinadas, pero en el ámbito de la música popular, en cambio, el virtuosismo revela una ética del trabajo que sirve para racionalizar la indulgencia del placer musical. Una muestra de habilidad en un solo de guitarra o de batería es el ritual de confirmación del rock currante (y precisamente eso convirtió el virtuosismo en la bestia negra del punk). Los regímenes disciplinarios que rodean la voz de Céline fascinan a sus seguidores, y aunque es posible que para ella tengan resonancias católicas, en realidad también encajan con la idea del cristianismo gnóstico norteamericano que proclama que entregarte al trabajo (hasta un grado que en muchas culturas resultaría inapropiado por codicioso) puede formar parte de tu relación personal con Dios, una forma de invertir tu «talento», el capital que te ha sido asignado divinamente..."
"...Puedes ser un hijo de papá que estudia música en julliard y que asocia la autenticidad con la marginalidad de los suburbios urbanos o bien con los remotos entornos rurales, y sentirte más real si escuchas a Snoop o si limpias el piso con música bluegrass de fondo. Puede que las fraternidades de estudiantes y las madres que acompañan a su prole a los partidos te entusiasmen menos de lo que crees, y que evites los tipos de música que evocan a esos tipos de gente. O puede que seas una de esas madres y que escuches Slayer, porque quieres seguir siendo un poco joven y salvaje, no como esas otras madres que escuchan a Sheryl Crow. En términos de principios del siglo xxi, y para la mayoría de la gente de menos de cincuenta años, la distinción se reduce a ser cool o no serlo. Eso combina el capital cultural y el capital social, y es una clara ruta potencial de acceso al capital económico. Las grandes empresas y los prescriptores culturales anhelan tanto como las personas individuales forjarse una imagen cool, por cuanto eso supone un cambio de atributos en medios distintos. Por mucho que digamos, muy pocos de nosotros somos verdaderamente indiferentes a lo cool y podemos evitar sentir cierta ansiedad por si no lo somos lo suficiente, y la teoría de Bourdieu ilustra por qué no se trata de algo meramente superficial: no ser cool tiene consecuencias materiales. Nuestras oportunidades sexuales, ascensos laborales y respeto profesional, e incluso nuestra seguridad elemental pueden depender de ello. Ignorar lo que es cool puede traducirse en un descenso en el escalafón social en un momento en el que mucha gente pierde el tren de la clase media. Ni siquiera evitar deliberadamente ser cool va a salvarte, pues eso no es más que un intento de subvertir las normas para sacarles provecho. En este sistema de capital cultural, tener un placer inconfesable, por ejemplo, puede ser un activo, porque sugiere que eres tan cool que puedes permitirte el riesgo de hacer algo tonto, torpe o embarazoso, algo que te vuelve todavía más cool. Alguna gente con verdadero estilo, como Andy Warhol o John Waters, pueden forjarse un perfil de gustos formado exclusivamente por placeres inconfesables y ser súper cool, pero para ello hace falta, por lo menos, capital social, de modo que el entendido kitsch pueda distinguirse del tipo raro..."
"...A la hora de definir sus elecciones culturales, los encuestados con un «bajo capital cultural» destacaban lo que estas tenían de prácticas y divertidas, su vinculación con la comunidad y lo fácil que era identificarse con ellas, mientras que los sujetos con un «alto capital cultural» afirmaban que sus preferencias demostraban autenticidad, singularidad, calidad, cosmopolitismo y una expresión creativa propia. A grandes rasgos, los encuestados de clase baja consideraban que lo que les gustaba sabía bien, mientras que los de clase alta opinaban que sus preferencias demostraban buen gusto. Como en la Francia de mediados de los años sesenta, los privilegiados tenían la sensación de que sus gustos los distinguían de la prole y los hacían especiales. Llegados a este punto, debo decir que no creo que Bourdieu tuviera razón al cien por cien..."
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